De una entrevista a Roberto Cossa

Hubo obras que las escribí bastante de corrido, como
’Yepeto’. Obras que las dejé un tiempo largo y las retomé. Ahora estoy con una obra
que ya tengo hace más de un año en la cabeza, un par de situaciones, la tengo
ahí. Seguramente va a aparecer porque insisto. Llegué a escribir algo y no me
gustó. Generalmente, los primeros borradores suelen ser muy superficiales, muy
fáciles y después empiezo a entender que en esa situación hay cosas más hondas.
Para eso me conviene dejar que el tiempo pase.
La partitura del teatro tiene algo de partitura musical. Hay
una especie de sonido de la palabra. No sólo valor o belleza, sonido de la
palabra. La obra tiene una especie de ritmo. Y ese ritmo… en esta última obra
yo tenía los tres bocadillos iniciales que se reiteraban y se reiteraban. Eran
un padre y un hijo, pero de entrada cuando uno los veía, suponiendo que hubiese
sido el comienzo de la obra, no se veía que eran un padre y un hijo. Y los tres
bocadillos eran: "¿Tres meses?", preguntaba el joven. El padre decía:
"Así dijeron los médicos". Y el hijo decía: "Los médicos a veces
se equivocan".
Esa situación de un padre enfermo… aunque no sabemos todavía
que son un padre y un hijo… y eso impone un ritmo. Después el padre no es hijo,
es hija, por motivos que van apareciendo. Y tampoco empieza así la obra. Pero
hay como una música.
A mí me gusta la música clásica. Y es un poco como veo que
en la Novena Sinfonía de Beethoven entra el tema y después desaparece, para
volver y se consagra al final, explota el tema como en toda sinfonía, como en
toda orquesta. Y algo de la partitura teatral tiene un poco de eso.
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