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martes, 23 de julio de 2013

Un cuento fantástico

La Soga  de Silvina Ocampo




A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: “Toñito, no juegues con la soga.”La soga parecía tranquila cuando dormía sobre la mesa o en el suelo. Nadie la hubiera creído capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvió más flexible y oscura, casi verde y, por último, un poco viscosa y desagradable, en mi opinión. El gato no se le acercaba y a veces, por las mañanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados. Habitualmente, Toñito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discóbolos o lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atención a sus movimientos: sola, se hubiera dicho, la soga saltaba de sus manos para lanzarse hacia delante, para retorcerse mejor.Si alguien le pedía:—Toñito, préstame la soga.El muchacho invariablemente contestaba:—No.A la soga ya le había salido una lengüita, en el sito de la cabeza, que era algo aplastada, con barba; su cola, deshilachada, parecía de dragón.Toñito quiso ahorcar un gato con la soga. La soga se rehusó. Era buena.¿Una soga, de qué se alimenta? ¡Hay tantas en el mundo! En los barcos, en las casas, en las tiendas, en los museos, en todas partes... Toñito decidió que era herbívora; le dio pasto y le dio agua.La bautizó con el nombre Prímula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, decía: “Prímula, vamos Prímula.” Y Prímula obedecía.Toñito tomó la costumbre de dormir con Prímula en la cama, con la precaución de colocarle la cabecita sobre la almohada y la cola bien abajo, entre las cobijas.Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego, brillaba en el horizonte, de modo que todo el mundo lo miraba comparándolo con la luna, hasta el mismo Toñito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvió hacia atrás con la energía de siempre y Toñito no retrocedió. La cabeza de Prímula le golpeó el pecho y le clavó la lengua a través de la blusa.Así murió Toñito. Yo lo vi, tendido, con los ojos abiertos.La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a él, lo velaba.

domingo, 7 de julio de 2013

El cuento según la opinión de Julio Cortázar

La estructura del cuento está conformada por tres elementos:

Significación + intensidad + tensión

Significación:
Este elemento, parece residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo.
No hay temas, por sí mismos significativos; lo que hay es un lazo entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado.
Se ve determinada, en cierta medida, por algo que está fuera del cuento en sí, por algo que está antes y después del tema. Antes del tema, está el escritor, con sus valores humanos y literarios; lo que se encuentra después del tema nos conecta con el segundo y tercer elemento de la estructura del género:
Intensidad y tensión:
La significación no reside solo en el tema del cuento; la idea de este primer elemento no puede tener sentido sino en relación con la idea de intensidad y tensión, que ya no apuntan al tema, sino al tratamiento literario que se le da, la forma en que el cuentista, frente a su tema, lo ataca y sitúa verbalmente y estilísticamente, lo estructura en forma de cuento, y lo proyecta en último termino hacia algo que excede el cuento mismo.
El cuento debe crear un clima propio que permita que el lector pueda revivir esa convicción que llevó a su autor a escribirlo; lo cual solo es logrado mediante un estilo basado en la intensidad y la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten a la índole del tema fijándolo, para siempre, en su tiempo y en su ambiente.
La intensidad consiste, entonces, en la eliminación de todas las ideas o situaciones intermedias, de todos los rellenos o fases de transición que la novela permite e incluso exige; prescindiendo, por ejemplo, de toda descripción de ambientes.
La intensidad adquiere el nombre de tensión, cuando se ejerce en la manera con que el autor nos va acercando lentamente a lo contado; sin saber, todavía, lo que va a ocurrir en el cuento, sin embargo no nos deja sustraernos de su atmósfera.

Tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son producto del oficio de escritor. La clave de un cuento eficaz, se halla en la tarea de escribir intensamente, mostrarlo intensamente, de manera que haga blanco y se clave, en la memoria del lector.

Descargar "Los crímenes de la calle Morgue"

domingo, 5 de mayo de 2013

Mito Guaraní: El origen del fuego


Dicen que dicen...

...que hace mucho, pero mucho tiempo, los buitres eran los únicos poseedores del fuego.

   Ellos eran los únicos dueños y solamente ellos podían cocinar los alimentos.

   Cierta vez, un sapo habló con el dios Tupá y entre los dos planearon quitarle a los buitres tan preciado bien, para  obsequiárselo a los hombres.

   Tupá interrogó al sapo, preguntándole si él lo ayudaría obtener el fuego.

-Si tu me ayudas  yo acepto el desafío - dijo el sapo, y entre los dos planearon tan difícil cometido.

   Tupá dijo que él se tiraría al suelo y se haría pasar por muerto. Y así lo hizo.

   Allí estaba Tupá desparramado por el piso haciéndose el muerto, mientras el sapo esperaba ahí cerquita, escondido detrás de los matorrales.

   No pasó mucho tiempo que aparecieron los buitres, aparecieron de repente, desplegadas sus alas y dando giros desafiantes en el aire. Venían en busca del muerto.

   Los bicharracos encendieron el fuego, un fuego grande, crepitante y amenazador.

   Luego, sobre el gran fuego acarrearon ramas con sus picos que comenzaron a arder con fuerza y fueron rodeando el supuesto cadáver. El fuego tomaba cada vez más fuerza hasta convertirse en brazas, con las cuales planeaban cocinar el alimento.

   Al poco rato, cuando las brazas eran suficientes, en un descuido de los pajarracos, Tupá pateó con fuerza los leños y éstos dejaron volar cientos de chispas hacia donde se encontraba el sapo, sin embargo, el pequeño batracio le hizo señas a Tupá, haciéndole saber que había sido incapaz de alcanzar alguna.

   Otra vez Tupá debió esperar el momento propicio, ya que los buitres poseían el poder mientras fuesen los únicos dueños.

   El dios Tupá, en otra distracción de los buitres volvió a patear los abrazantes leños encendidos, pero esta vez con mucha más fuerza, haciendo llegar algunas brazas hasta los yuyales que albergaban al sapo; éste a pesar del calor que sintió tomó la braza en su boca, se la tragó y huyó con ella, tan rápido como pudo lo más lejos posible.

   Cuando el sapo se supo lejos de los buitres, escupió la braza sobre el hueco de un tronco seco, que en instantes comenzó a arder.

   Enterados los buitres que ya no eran los únicos poseedores del fuego, intentaron huir, pero Tupá condenó el egoísmo de los pajarracos convirtiéndolos en aves carroñeras para siempre y les quitó todo el poder que poseían.

   Tupá y el sapo llegaron hasta los hombres y con infinita paciencia les enseñaron el secreto del fuego y como hacer un pequeño hueco en las maderas blandas, y a frotar con un palo la madera hasta hacerla encender.

   Fue así como los hombres conocieron el fuego.