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lunes, 30 de julio de 2012

Recuerdo perdido de Isaac Asimov


Transcurridos miles de siglos recordó que era Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido que correspondía a la pronunciación de su nombre. Nació así una pálida evocación de las ondas sonoras que ahora no percibía, y que no percibiría jamás.
El nuevo proyecto aguzaba su memoria, resucitando tantas y tantas cosas extraviadas en la noche de los tiempos.
Entonces condensó las cargas de energía que constituían el conjunto de su individualidad, y sus líneas de fuerza se extendieron mucho más allá de las estrellas.
La respuesta de Brock llegó hasta él.
«Puedo confiar en Brock», pensó Ames. Estaba seguro.
El flujo energético de Brock entró en contacto con el suyo:
—¿No vas a venir, Ames?
—Claro que sí.
—¿Participarás en el concurso?
—¡Sí! —Las líneas de fuerza de Ames se agitaron con intensas pulsaciones—. Sin duda. He soñado con una nueva forma artística. Algo original.
—¡Cuánto esfuerzo derrochado en vano! ¿Cómo puedes creer que exista una nueva variante después de dos mil siglos? No podemos descubrir nada nuevo.
Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames se vio obligado a reajustar sus líneas de fuerza. Captó entonces extraños pensamientos a la deriva, le llegó una visión de galaxias polvorientas sobre el telón aterciopelado de la nada, percibió las líneas de fuerza de torrentes insondables de energía de vida, errantes por toda la galaxia.
—Por favor, Brock —suplicó Ames—, absorbe mis pensamientos. No bloquees tu mente. Se me ha ocurrido la manera de manipular la Materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de Materia. ¿Por qué molestarse con Energía? No hay nada nuevo en la Energía, y lo sabes. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿Acaso no prueba eso que debemos experimentar con la Materia?
—¿La Materia?
Ames registro entonces las vibraciones energéticas de Brock y las interpretó como manifestaciones despectivas.
—¿Por qué no? —dijo—. ¿Acaso nosotros no hemos sido antes Materia? De eso hace un quintillón de años, por lo menos ¿Por qué no construir objetos o incluso formas abstractas partiendo de la materia en un medio material? Escucha, Brock... ¿Por qué no moldear una réplica nuestra con Materia, una Materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?
—No recuerdo nuestro aspecto —dijo Brock—. Todos lo olvidaron ya.
—Yo lo recuerdo —dijo Ames con vehemencia—. No pienso en otra cosa, y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame mostrarte. Dime que tengo razón. Dímelo.
—No. Es estúpido. Es... repugnante.
—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos. Hemos reunido nuestra energía desde el principio, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!
—De acuerdo, pero hazlo rápido.
Ames no había sentido correr un temblor igual, a lo largo de sus líneas de fuerza, desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora ante Brock y obtenía éxito, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que estaban esperando en vano el nacimiento de una novedad desde hacía varios milenios.
La Materia se hallaba ahora muy dispersa, en los intersticios de las galaxias; pero Ames la concentró, barrió volúmenes que sumaban años-luz elevados al cubo, seleccionó los átomos, obtuvo una consistencia gelatinosa y obligó a la materia a disponerse en forma ovoidal, alargada en su parte inferior.
—¿No lo recuerdas, Brock, si era como esto?
El haz energético de Brock se conmovió con una sacudida en fase.
—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.
—Eso era la cabeza. Así la llamaban; cabeza. La recuerdo tan bién que podría pronunciar el nombre. Quiero decir, emitir sus sonidos -esperó un momento, y dijo-: Mira, ¿recuerdas esto?
En la parte superior del ovoide apareció la palabra «CABEZA».
—¿Qué es eso? —preguntó Brock.
—Pues el término que designa la cabeza. Los símbolos que representaban esa palabra en su traducción sonora. ¡Dime que lo puedes recordar ahora, Brock!
—Había algo —Brock vaciló—. Algo a la mitad.
Y tomó forma un cuerpo vertical
—¡Sí, claro! ¡La nariz, eso es! —dijo Ames, a la vez que aparecía la palabra «NARIZ» en el lugar indicado—. Y aquí están los ojos, a ambos lados.
¿En realidad deseaba lo que estaba haciendo?
—La boca -dijo, sus líneas de fuerza temblaban-. Y el mentón, y la manzana de Adán, y las clavículas. ¡Voy recordando los nombres!. —Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.
—No había pensado en todo eso en varios miles de siglos—dijo Brock—. ¿Por qué lo trajiste a mi memoria? ¿Por qué?
Ames estaba absorto en sus pensamientos. Había otras cosas, el órgano del oído y sus receptores de ondas sonoras. ¡Las orejas! ¿Dónde hay que ponerlas? No recuerdo nada.
—Olvídalo todo —gritó Brock—. Las orejas y todo lo demás. ¡No lo recuerdes!
—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado.
—Que la superficie no era áspera ni fría como tu escultura, sino dulce y tibia. Que los ojos eran tiernos y vivos, y los labios de la boca trémulos y acariciantes se posaban sobre los míos.
Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se apagaban, intermitentemente...
—¡Me duele tanto!
—Me recordaste que antes fui mujer, y que conocí el amor. Que los ojos no sólo sirven para ver, y que ahora no tengo con qué llenar ese vacío.
Entonces ella añadió materia violentamente a la cabeza, elaborada en forma burda y gimió:
—Pues bien, que esto la termine —giró sobre sí misma y se fue.
Y Ames vio comprendió que antes fue un hombre. La fuerza de su energía partió la cabeza en dos. Salió velozmente por las galaxias, siguiendo el rastro energético de Brock, para volver al inexorable destino de la vida.
Los ojos de la cabeza resquebrajada seguían brillando con la humedad que depositó Brock, cuando quiso representar las lágrimas. Y la cabeza de Materia logró lo que los seres energéticos no podrían conseguir en toda su existencia: lloró por la humanidad entera y por la frágil belleza de los cuerpos a los que un día los hombres renunciaron, miles de siglos atrás.

domingo, 1 de julio de 2012

Ejemplo de texto explicativo.

Lo que "vio" Colón en 1492

A comienzos de 1493, poco antes de su retorno a España, Colón escribió una larga carta, como una popular y sumaria versión de su Diario. [...] Los actuales lectores de ambos documentos pueden quedar sorprendidos por la falta de interés que Colón demostró hacia los detalles referentes a las tierras que visitó, y por la limitada atención que concedió a la fauna y la flora locales.
En marcado contraste con la falta de referencias sobre los aspectos naturales de las islas que visitó, Colón mostró un agudo interés en sus contactos con los pueblos que equivocadamente llamaba "indios". Como ha notado el historiador de la cultura italiana Leonardo Olschki, Colón fue "meticuloso y exhaustivo", facilitando referencias sobre el aspecto de los indígenas, sus costumbres y sus peculiaridades, "pintando, incluso, su vida y sus hábitos con un realismo perspicaz y expresivo".
Las apreciaciones de Colón sobre los indígenas estuvieron inspiradas en las de los navegantes anteriores a él, en la tradición judeocristiana y en sus propias expectativas. [...]
Basándose en su acervo intelectual y cultural, Colón estaba mentalmente preparado para encontrar cinco tipos de seres humanos en el curso de su viaje de 1492. En primer lugar, si alcanzaba el Extremo Oriente, como esperaba y deseaba, se encontraría con asiáticos. Los primeros nativos con que se tropezó, los taínos de San Salvador, no eran precisamente los civilizadísimos ciudadanos de la India, China o Japón. Trató de tranquilizarse buscando indicios que le permitieran suponer que había llegado a algunas islas situadas no muy lejos de las costas de Asia.

En segundo lugar, los nativos encontrados por Colón podían ser hombres o mujeres de algún otro tipo familiar (tal vez europeos o bien africanos), en cuyo caso no habría alcanzado las Indias o algún rincón del mundo hasta entonces conocido. El relato de Colón descarta desde el primer momento esta posibilidad. Igualmente insatisfactoria era la tercera hipótesis, la de haberse encontrado una raza humana absolutamente desconocida, pobladora de una tierra de la que jamás se había oído hablar.[...]
Una cuarta perspectiva era la de que los nuevos pueblos descubiertos fuesen habitantes de un paraíso terrenal. Una de las imágenes de la Biblia más persistentes era la relativa al Jardín del Edén, donde la primera pareja humana, inocente en su desnudez, había habitado en un idílico estado natural. [...]
La última posibilidad que Colón tenía en cuenta era la de que había alcanzado alguna de las partes más distantes y prohibidas del mundo, en las que vivían sólo monstruos. Relatos o leyendas sobre monstruos humanoides fueron un tópico común de la literatura de viajes, que no podía menos que resultar conocida y familiar a Colón. Realmente, este aspecto acapararía una buena parte de los escritos colombinos.
Los monstruos míticos de que Colón había oído hablar eran gigantes, cíclopes de un solo ojo, hombres y mujeres de larguísimas cabelleras, y otros tipos de exóticas criaturas. Las amazonas eran mujeres guerreras que se amputaban el pecho derecho para usar con más eficacia los arcos y las flechas. Los antropófagos devoraban carne humana y usaban para beber los cráneos de sus víctimas.
En muchos relatos y obras literarias aparecen referencias sobre semejantes seres. Por ejemplo, la pretendida correspondencia de Alejandro Magno y la Historia Natural de Plinio el Viejo contienen las primeras descripciones de monstruos humanoides. El Millione de Marco Polo incluye también descripciones de razas monstruosas. Cualquiera que hubiese leído algo sobre lugares remotos podía esperar encontrar libros eruditos del siglo XV, tales como la Imago Mundi de Pedro de Ailly, o la Histora Rerum Ubique Gestarum de Eneas Silvio Picolomini, ambos leídos por Colón.[...]
Cuando Colón alcanzó el Nuevo Mundo, inquirió uno y otra vez sobre la presencia de monstruos humanoides. Tal vez sus informantes no entendieron lo que les estaba preguntando, o tal vez intentaron complacerlo contándole lo que al parecer quería oír. Por ejemplo, afirma en su carta haber recibido información sobre unos hombres con cola, gentes que no tenían cabello, o mujeres que vivían en una isla vacía de varones.
Estas patrañas, a las que el descubridor prestó atención, y la manera en que él las interpretó, reflejan tanto sus expectativas como sus deseos. La deficiente comunicación entre Colón y los indios -basada muchas veces sólo en unas pocas palabras, y en un lenguaje por gestos- le condujo a considerables desviaciones a la hora de traducir lo que le contaban los indígenas a su propio esquema conceptual. Sus actitudes vacilantes hacia aquellas historias expresaban tanto su necesidad de considerar seriamente la existencia de monstruos, como su deseo, por razones prácticas, de no tropezarse con ellos.

(I.B. Cohen [1993], "Lo que "vio" Colón en 1402", Investigación y Ciencia, febrero 1993, pp.42-46-49, reproducido en MONTOLÍO, E.; FIGUERAS, C.; GARACHANA, M.; SANTIAGO, M. (2000) Manual práctico de escritura académica. Barcelona: Ariel.) 



En relación a la organización del contenido del texto, podemos distinguir distintas partes que corresponden a la estructura prototípica del texto explicativo.
El texto propuesto como ejemplo se inicia con un párrafo de introducción que sirve de presentación o marco del tema que va a tratar.
A continuación el texto plantea el problema (¿por qué Colón esperaba encontrar distintos tipos de indígenas?) y en los párrafos siguientes desarrolla la respuesta al problema, de modo que prácticamente todo el texto se dedica a este movimiento.
El título anuncia el problema de conocimiento que el emisor se dispone a aclarar: lo que "vio" Colón en 1492, con las comillas que ponen en duda que lo viera realmente. En el tercer párrafo se introduce la respuesta: Las apreciaciones de Colón sobre los indígenas estuvieron inspiradas en las de los navegantes anteriores a él, en la tradición judeocristiana y en sus propias expectativas. Es decir, Colón vio lo que esperaba ver. El resto del texto sigue desarrollando la respuesta al problema.
El último párrafo del texto es una evaluación conclusiva para cerrar el texto explicativo:
Sus actitudes vacilantes hacia aquellas historias expresaban tanto su necesidad de considerar seriamente la existencia de monstruos, como su deseo, por razones prácticas, de no tropezarse con ellos.

Fuente:  http://serviciosva.itesm.mx/cvr/redaccion/doc0106.htm