Incitados y alentados por el impulso político-económico
liberal que necesitaba transformar la Argentina después de la batalla de
Caseros y de la promulgación, en 1853, de la Constitución Nacional, entre los
años 1890 y 1930 penetraron por el puerto de Buenos Aires más de cinco millones
de inmigrantes de los que, en definitiva, quedaron en este suelo más de tres
millones, bien dispuestos para "hacer la Ámérica" que se les había
prometido.
Muchos llegaron con el propósito de superar estrecheces y
hasta la miseria que padecían en sus lugares de origen; pero también ingresaban
los que huían de una justicia no siempre justa (por hechos de índole diversa),
así como quienes escapaban de las persecuciones raciales cada vez más cruentas,
que se producían con insistencia en varias zonas de Europa. Argentina era, por
sobre todo, un país que ofrecía trabajo en libertad y con paz. En porcentajes
aproximados, el cincuenta por ciento de los viajeros era de Italia (en especial
del "mezzogiorno" peninsular); el veinticinco por ciento, del norte y
del sur de España, y el veinticinco por ciento restante lo completaban
franceses, ingleses, alemanes, sirio-libaneses (a los que se llamaba
"turcos") y judíos de distintas nacionalidades (a quienes se
denominaba "rusos").
Una buena cantidad de labradores siguieron viaje hacia el
interior, en procura de tierras generosas en las que pudieran hundir sus
raíces, demasiado tiempo al aire por los largos y fatigosos trayectos. Pero,
como lo señalara Bourdé: "de 1890 a 1930 se impone el éxodo del campo
europeo hacia las ciudades argentinas” y, de manera particular, hacia la ya
designada Capital Federal. Millones de extranjeros arribaban en oleadas
constantes y bien nutridas desde todos los puntos del orbe, y se afincaban en
una "gran aldea" no preparada para recibir tales aluviones de seres
que empezaban a sentir así, con mucha inquietud, los primeros desencantos.
Después del paso casi obligado por el Hotel de Inmigrantes,
los recién llegados empezaban a apiñarse y desbordar los conventillos
ciudadanos (antiguas casonas señoriales, muy venidas a menos, ubicadas en su
mayoría al sur de la ciudad) que, ante la demanda insaciable, eran divididas en
tabucos en donde se amontonaban familias enteras o media docena de hombre
solos, en la más completa promiscuidad. Médicos eminentes daban testimonio de
lo que sucedía. El doctor Eduardo Wilde, informaba en 1885: "una
habitación de "conventillo", como se llamaba a esos alojamientos
ómnibus que albergan desde el mendigo al pequeño artesano, tiene una puerta
sobre el patio y a veces una ventana". Subrayo lo de "a veces una
ventana", y continúa el doctor Wilde: "es una pieza cuadrada de
cuatro metros de largo que sirve para todo. Es el dormitorio del marido, de la
mujer y de la "pollada" de cinco o seis hijos muy sucios". El
doctor Samuel Gache aseveraba en el año 1900: "Cualquiera que haya
penetrado una vez en uno de esos antros de miseria a los que en Buenos Aires se
llama "conventillos", ha recibido una impresión tan dolorosa que
jamás podrá olvidarla". Añadía, por si quedaran dudas: "Nada es más
inmundo más repugnante que ese cuadro de pobreza, suciedad e inmoralidad".
Y completaba su juicio de severo sanitarista :"Estos establos para cerdos,
infectos, constituyen la crítica más elocuente de las desigualdades
sociales". En el diario El Obrero de 1892 se daba a publicidad, como
denuncia social, el reglamento que regía en uno de los
"conventillos". Se componía de 11 artículos colmados de deberes y
prohibiciones para inquilinos. El último establecía que estaba "prohibido
bailar, cantar, tocar el acordeón, la guitarra o cualquier otro instrumento de
música". Conviene tener a mano estos documentos
de la época para que queden al descubierto las evasiones
"zarzueleras" y algunos "romanceos" pintureros del
"sainete porteño".
Era tanta la demanda que se producía por los tugurios de las
"casas de vecindad" ciudadanas que, al saturarse las viejas casonas,
daría comienzo la aventura hacia las orillas en donde, ya en pleno arrabal, se
irían formando barriadas de "laburantes" y "linyeras". Como
lo puntualizara Bourdé: "la miseria se desplaza del centro hacia el
cinturón urbano".
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