Un paso más
atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una
baldosa más
acá. Un momento.
Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la
otra vez cagó una. Y dos sifones.
El blindado no es nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de
vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la
barrera. El arquero muy
nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino
frente al balón. Una mano
en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de
la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el
Negro se ha quedado quieto.
Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya
tiene como seguro
ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de
tiro, el hueco que le deja
la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de
la visita y la pata
de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio:
Miguel, Miguel.
El
público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club cuando sólo
faltan dos minutos para que
finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la
barrera o el Negro insista
en morder la pelota y hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy
boludo.
Sonó el silbato.
Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe
de las inferiores debutante hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de
abajo, con no mucha fuerza,
pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre
la cabeza de los
asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda
maceta y se cuele entre el
travesaño, el poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se
ha lucido hasta el momento.
¡Tiró Tornino...! y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo
insólito de curva inesperada
y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra
el Negro, sí mamá...
sí la guardo... está bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.
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