A todos los soñadores que pincelan palabras.
En un mundo ignoto
de pensamientos vivía
una sociedad secreta tan hermética
que los fantasmas de las ideas
decidieron investigar su paradero.
Surcaron montañas de letras,
consonantes, pronombres y verbos.
Pasaron ríos plagados
de preposiciones, artículos y acentos.
Una avalancha de adjetivos
casi los tapia entre lanzas de diptongos
y las letales rimas mientras pasaban
un destartalado puente colgante
hecho de fibras de sujetos
y pretéritos imperfectos.
Sin aliento, llegaron a la cima.
Adheridos a una lustrosa pared de comas
pasaron sobre los resbaladizos
puntos suspensivos
y de pronto, ahí estaban,
frente al majestuoso
y señorial punto final
que estaba flanqueado
por dos rudos puntos y coma
que sostenían afiladas exclamaciones
y cuatro fuertes e insensibles dos puntos
que en su pecho terciaban
un enjambre de cartuchos de interrogantes.
Recobradas las fuerzas,
los fantasmas de las ideas,
tambaleantes, le preguntaron:
¿Qué tenemos que hacer
para tener el honor de ser
miembros de vuestra distinguida sociedad?...
¿Qué méritos alcanzar
y cuál la cuota que debemos pagar?
El privilegio es simple,
contestó el Rey de los puntos,
tanto que no se necesita mucho:
Es tomar amor, sueños y fantasía
y juntas lanzarlas en un bosque
repleto de pasión, ilusión y sentimientos.
Cuando comienza a oler a esperanza
se adereza con un poquito de dolor,
se le echa dos gramos de realidad
y cuatro cucharadas de imágenes surtidas
y dos hojas de llanto picante
cultivadas en el corazón.
Cuando la cocción
pasa de las horas del pensamiento
ha llegado el momento ideal
de ponerlo a enfriar
no sin antes darle otro toque de amor.
Después, sólo una palabra…
y detrás de ella otra cabalgando
sobre una más lejana y ésta corriendo
con alegría tras otra que busca la libertad.
Diego Fortunato
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