La modernidad del Quijote está en el
espíritu rebelde, justiciero, que lleva al personaje a asumir como su
responsabilidad personal cambiar el mundo para mejor, aun cuando,
tratando de ponerla en práctica, se equivoque, se estrelle contra
obstáculos insalvables y sea golpeado, vejado y convertido en objeto de
irrisión. Pero también es una novela de actualidad porque Cervantes,
para contar la gesta quijotesca, revolucionó las formas narrativas de su
tiempo y sentó las bases sobre las que nacería la novela moderna.
Aunque no lo sepan, los novelistas contemporáneos que juegan con la
forma, distorsionan el tiempo, barajan y enredan los puntos de vista y
experimentan con el lenguaje, son todos deudores de Cervantes.
Esta revolución formal que significó El Quijote
ha sido estudiada y analizada desde todos los puntos de vista posibles,
y, sin embargo, como ocurre con las obras maestras paradigmáticas,
nunca se agota, porque, al igual que el Hamlet, o La Divina Comedia, o la Ilíada y la Odisea,
ella evoluciona con el paso del tiempo y se recrea a sí misma en
función de las estéticas y los valores que cada cultura privilegia,
revelando que es una verdadera caverna de Alí Babá, cuyos tesoros nunca
se extinguen.
Tal vez el aspecto más innovador de la forma narrativa en El Quijote
sea la manera como Cervantes encaró el problema del narrador, el
problema básico que debe resolver todo aquel que se dispone a escribir
una novela: ¿quién va a contar la historia? La respuesta que Cervantes
dio a esta pregunta inauguró una sutileza y complejidad en el género que
todavía sigue enriqueciendo a los novelistas modernos y fue para su
época lo que, para la nuestra, fueron el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust, o, en el ámbito de la literatura hispanoamericana, Cien años de soledad de García Márquez o Rayuela de Cortázar.
¿Quién
cuenta la historia de Don Quijote y Sancho Panza? Dos narradores: el
misterioso Cidi Hamete Benengeli, a quien nunca leemos directamente,
pues su manuscrito original está en árabe, y un narrador anónimo, que
habla a veces en primera persona pero más frecuentemente desde la
tercera de los narradores omniscientes, quien, supuestamente, traduce al
español y, al mismo tiempo, adapta, edita y a veces comenta el
manuscrito de aquél. Ésta es una estructura de caja china: la historia
que los lectores leemos está contenida dentro de otra, anterior y más
amplia, que sólo podemos adivinar. La existencia de estos dos narradores
introduce en la historia una ambigüedad y un elemento de incertidumbre
sobre aquella "otra" historia, la de Cidi Hamete Benengeli, algo que
impregna a las aventuras de Don Quijote y Sancho Panza de un sutil
relativismo, de un aura de subjetividad, que contribuye de manera
decisiva a darle autonomía, soberanía y una personalidad original.
Pero
estos dos narradores, y su delicada dialéctica, no son los únicos que
cuentan en esta novela de cuentistas y relatores compulsivos: muchos
personajes los sustituyen, como hemos visto, refiriendo sus propios
percances o los ajenos en episodios que son otras tantas cajas chinas
más pequeñas contenidas en ese vasto universo de ficción lleno de
ficciones particulares que es Don Quijote de la Mancha.
Aprovechando
lo que era un tópico de la novela de caballerías (muchas de ellas eran
supuestos manuscritos encontrados en sitios exóticos y estrafalarios),
Cervantes hizo de Cidi Hamete Benengeli un dispositivo que introducía la
ambigüedad y el juego como rasgos centrales de la estructura narrativa.
Mario Vargas Llosa ."Una novela para el SXXI"
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